Es lo que tenemos los seres humanos, que somos personas todo el rato. Eso hace que nuestro comportamiento no esté sólo condicionado por lo que pasa realmente a nuestro alrededor, sino que lo que realmente importa es cómo nosotros interpretamos lo que sucede. Filtramos, analizamos, transformamos, desarrollamos la información y sacamos nuestras propias conclusiones. A veces, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. De ahí la importancia de entender el lado humano de la vida para saber cómo funciona el mundo.

En la carrera de ingeniería que estudié (seis añitos de nada) las personas no tenían cabida en ninguna de las asignaturas. Había ecuaciones, máquinas, letras, líneas, números y muchas más cosas técnicas, pero ni rastro humano. Supongo que los sesudos que hicieron en plan de estudios pensaron que no era necesario.

Fue una de las primeras carencias que noté cuando me incorporé a la vida real. Me faltaban un montón de habilidades y competencias que no pensé nunca que tendría que desarrollar. Al fin y al cabo, un ingeniero es un ingeniero, y parece que tiene que saber de todo. Madre mía, qué error tan grande. Es verdad que algunos de mis compañeros, los menos, suertudos ellos, ya sabían de la importancia del lado humano de la profesión. Pero la gran mayoría nos incorporamos al mercado laboral pensando que ya lo sabíamos todo, que los ingenieros no tendríamos que negociar, motivar, liderar, empatizar…porque los números y las máquinas eran como eran, fríos y asépticos, y así seguirían siendo. Ese absoluto foco en el aspecto técnico sigue siendo, a mi modo de ver, el gran punto flaco de los ingenieros españoles.

Antes de los 30 ya me había cansado de luchar contra lo que no lograba entender: el por qué las personas con las que trabajaba (clientes, empleados, colaboradores) se comportaban de forma «no lógica», lo que hacían no «era racional». Vaya, no entendía cómo las personas hacían cosas de personas. Estaba ciega. Mi formación me había puesto una venda en los ojos.

Notaba que me estaba perdiendo algo importante. Y es una sensación que no me gusta nada. Así que me puse manos a la obra y me matriculé en Psicología. Creo que fue una de las mejores decisiones de mi vida. Sé que no todo está en los libros, pero ví la luz en muchos aspectos. Aprendí de Emoción, de Motivación, de las bases fisiológicas de nuestro comportamiento, de Psicopatología y técnicas de Intervención. También de cómo se mide el comportamiento humano, de por qué las personas somos diferentes en nuestra personalidad e inteligencia. Mientras aprendía todo esto veía su lado útil en las organizaciones políticas y en la empresa.

Entendí muchas cosas que antes eran desconocidas para mí como cuáles son las dinámicas en los grupos de personas, fenómenos como el liderazgo, la importancia de la asertividad. Desarrollé nuevas habilidades y competencias, que me hacen mejor profesional y, sobre todo, mejor persona. Todo mi entorno: mis hijos, mi marido, mi familia y amigos, los colaboradores y clientes comenzaron a notar el cambio.

Ahora palabras como valores, emociones, conductas, competencias y habilidades están en mi día a día. Incorporo todo lo que he aprendido, asimilado y acomodado a mi día a día, a mi trabajo, a mi desarrollo.

En mi trabajo aúno empresa, tecnología y psicología. Porque ahora no las concibo por separado.

Creo que este camino hacia el lado humano que comencé hace ya unos cuantos años me ha dado unas nuevas gafas con las que ver el mundo. Ahora me gusta más, porque lo comprendo mejor, porque veo a las personas como son, no como yo querría que fuesen.