En noviembre de 2015 conocí a David Bernabéu. Un skype en un Starbucks. Él pensaba que estaba en mi casa, pero la realidad es que la cita me pilló en medio de dos reuniones habituales. No tenía otro remedio, era en una cafetería con WIFI, o nada.

Me pedí un café, aunque siempre pido descafeinado, y fui a la planta de arriba del local, con la esperanza de que estuviese todo más tranquilo. Debían de ser las 12 de la mañana. Dos personas estaban haciendo una entrevista presencial un par de mesas más allá. Oía perfectamente la conversación: uno preguntaba con inquina y el otro iba respondiendo como bien podía. Una entrevista como cualquier otra.

Saqué mi portátil del maletín y desplegué todo el arsenal. No me preocupé de activar la zona WIFI del móvil. Pensé que me daría tiempo más que de sobra con el WIFI acotado a 30 min que otorga Starbucks cuando te pides medio litro de café. No fue buena idea lo del café. Aún no había empezado la videoconferencia y ya notaba el cosquilleo de la cafeína por todo el cuerpo. Es increíble el efecto que me hace. Cada vez que tomo uno, recuerdo por qué lo dejé.

Coloco el portátil en un ángulo adecuado. Me aseguro de que el enfoque es el correcto y que en la pantalla no se muestran evidencias de que estoy en un local. Suena la llamada en el skype y me encuentro a un tío cuya sonrisa ocupa la pantalla de lado a lado. No pude más que sonreir. «¡Hola! Soy María».

David comenzó a contarme su vida. Literalmente. Me impresionó mucho, muchísimo. A la vez, sentí que todo era fácil y cómodo. No me costaba nada seguir la conversación. Como era previsible, el WIFI del local dejó de funcionar. Seguí la videollamada desde el móvil. No le importó nada el contratiempo. Una nadería.

Una cantidad ingente de minutos (no recuerdo la duración exacta), nos despedimos y terminó la llamada. Me percaté de que aún me seguía la sonrisa en la cara. El café había hecho su faena habitual y me notaba al borde de la taquicardia pero, a la vez, tranquila. Mi pensamiento fue: «quiero trabajar con este tío». Así de claro.

Después de hablar varias veces más, en enero comencé mi andadura en CITIBOX. La inmersión en la empresa fue atípica e intensa: tres días en Valencia, en una sala sin ventanas, currando 12 horas al día delante de una pizarra mientras David exprimía mi cerebro al máximo. Llegaba al hotel extenuada. Me iba a la cama sin cenar de puro agotamiento. Pero las ideas bullían a tope en mi cerebro, alimentando aún más lo que íbamos a tratar el día siguiente. Pura adrenalina.

El lunes siguiente ya tenía mi sitio en Google Campus Madrid. En nada de tiempo estaba completamente adaptada al lugar y a la dinámica de la empresa. El comienzo no podía ser mejor.

Meses después todo y nada ha cambiado. Todo ha cambiado porque el equipo crece rápidamente, ávido en la busqueda e incorporación de talento que sea capaz de materializar el reto que tenemos delante. Nada ha cambiado porque aún tengo la impresión de que todo está por hacer, mi cabeza sigue bulliendo ideas y la sonrisa sigue pegada a mi cara.

Si hace dos años, cuando llegué a Madrid, me dicen que a día de hoy estaré haciendo lo que hago…simplemente no me lo creería. No me lo creería porque lo estoy consiguiendo. Estoy dando pasos adelante hacia adónde quiero ir.

CITIBOX video_2016