Puede que hayas crecido en un entorno analógico, donde lo más sofisticado tecnológicamente que se te ocurría tener lo pedías en la Primera Comunión y era un Casio PT-10 o un reloj con botoncitos.

En tan sólo algo más de una década te incorporaste al mundo laboral y ya tenías un ordenador delante, te habías enterado de lo que era una “arroba” y hacías tus primeros pinitos navegando en Internet, cuando todo era muy diferente y aún no existía Facebook, ni Twitter. Por supuesto, los móviles aún eran modelo LADRITEL y no hacían nada más que llamadas de voz. Con suerte, caía algún SMS, que costaba a precio de oro.

Ahora, ni qué decir tiene, todo aquello suena al Pleistoceno. Nos hemos acostumbrado tanto a la tecnología que nos ha penetrado hasta los huesos, nos hemos convertido en tecnohumanos.

Los humanos comenzaron a usar ropajes hace 170.000 años (según un estudio hecho con piojos humanos). A mi modo de ver, fue la primera incorporación de utensilios al propio cuerpo humano. Hace 45.000 años empezamos a ponernos joyas como símbolos de riqueza, de poder, como protección o para expresar arte. Durante mucho tiempo, los ropajes y las joyas dominaron el cuerpo humano.

Los cirujanos romanos y griegos utilizaban las “patas de palo” sobre el siglo VII a. C y en el  siglo I a.C. se descubrió el uso del vidrio para ver mejor. Séneca escribió: “Letras, sin embargo pequeñas y borrosas, son vistas más amplia y claramente a través de un globo o vaso lleno de agua”.  El siguiente hito en incoporar elementos al cuerpo humano para mejorar su funcionalidad pueden ser las prótesis, utilizadas a partir de 1.535.

Hoy en día seguimos llevando ropas, joyas, gafas y prótesis. Todo muy sofisticado y funcional, que permite vivir mejor a los miles de millones de personas que las utilizamos.

¿Cuál ha sido el cambio en estas últimas dos décadas? Hemos pasado de los medios mecánicos a los electrónicos. Aún están fuera de nuestro cuerpo, como el móvil, que lo llevamos en la mano. Pero es cuestión de tiempo (muy poco), que la tecnología atraviese nuestra piel y se incruste en nuestros órganos internos.

A pesar de que nuestro cuerpo aún no está lleno de chips, la tecnología se ha metido en nuestro cerebro de una forma tan profunda, que sí que podemos considerarnos ya tecnohumanos.

Concebimos el mundo de una forma absolutamente diferente a las personas que no vivieron (o viven) en un entorno tecnológico. Utilizamos nuestro conocimiento de otra forma, nuestras expectativas vitales son otras, nos comunicamos diferente.

Aunque nos dejasen como vinimos al mundo para el resto de nuestra vida, nuestro comportamiento (y nuestro cerebro) está modificado por el uso de la tecnología que hemos hecho hasta el momento. La evolución biológica es cruel y lenta para tener sentido en el mundo actual. La supervivencia del biológicamente más apto ya no tiene sentido en el mundo occidental, donde los avances médicos permiten que la mayoría de nosotros tengamos una vida con una calidad y longevidad aceptable.

El mundo que conocíamos ha cambiado radicalmente en estos últimos 15 años. Mucho. Y no hay vuelta atrás. No podemos volver a ser simplemente humanos. Queramos o no, nos estamos convirtiendo en tecnohumanos.