Mis viajes por la A-6 (Madrid-La Coruña) han cambiado mucho desde que podemos conectar el Spotify al bluetooh del coche y liberarnos del secuestro de las fórmulas radiofónicas. Mis viajes por la A-6, los largos y los cortos, en los que conduzco en los que voy mirando a los niños, han mejorado notablemente. Los niños utilizan mi móvil como si fuesen DJs y van eligiendo sus canciones favoritas por turnos (por supuesto, ese método ha llegado después de una intensa negociación).

Si la música amansa a las fieras, puedo decir que el Spotify ha transformado mi forma de viajar en coche. Eso sí, a cambio de dar el poder sobre mi móvil a mis hijos durante casi todo el viaje. Seguro que sabes para qué lo utilizan: para ver las miles de fotos que tengo en la galería del tan preciado cacharrito.

Como todos los que tenemos hijos, sus fotos y vídeos ocupan el 99,9 % de la memoria de mi apéndice tecnológico, ese que llevo encima el 99,9 % del tiempo que estoy despierta (salvo, como he dicho, cuando voy en el coche con los niños). Acumular todas estas imágenes históricas de nuestra propia vida es algo cotidiano y, a la vez, casi milagroso y mágico por el impacto que puede tener sobre nosotros mismos y sus protagonistas.

Esta tarde en el coche, los niños entraron en la Galería de mi Samsung a ver los vídeos de cuando eran pequeños. Podía escuchar los balbuceos de bebé de mi hijo pequeño (ahora con casi 7 años) en estéreo en los altavoces del coche. Escuchar ese sonido de nuevo hizo que se me pusieran los pelos de la espalda de punta de pura emoción. No me hizo falta girar la cabeza para ver el vídeo, pues los niños, entre lágrimas de pura risa, me lo enseñaron por el retrovisor. Sólo 10 segundos de vídeo y emociones a flor de piel inundaban el coche.

Estamos en la época de «lo audiovisual». Percibimos el mundo a través de nuestros ojos. El vídeo manda.

Podemos crear nuestro propio material en vídeo, o ver a grandes Youtubers, o a anónimos cualquiera subiendo sus caretos al FB. Si una imagen dice más que mil palabras, un vídeo de 30 segundos puede contar una vida entera. Y eso lo saben bien las marcas. La guerra por hacer el mejor vídeo ya comenzó hace décadas con los spots publicitarios en La1 y en la Segunda. Ahora, esta guerra es encarnizada por captar la atención del espectador, ya sea consciente o inconscientemente.

Los humanos estamos hechos para conectar con otros seres humanos. Lo que se viene a llamar «lo social» está tan metido en nuestros genes como el hambre, la sed o el sueño. Nuestro cerebro adaptado a la superviviencia del más apto ha desarrollado múltiples estrategias para que podamos seguir expandiendo nuestros genes. Las «neuronas espejo» dan buena cuenta de ello, permitiendo que exista la empatía.

La empatía nos dirige hacia los demás, a ponernos en su lugar. La forma más fácil de empatizar con alguien es mirarle a los ojos y leer su alma. Escapando de que esto suene «a incienso», como dice un buen amigo, lo que quiero decir es que estamos biológicamente preparados para prestar atención a otras personas para leer sus expresiones faciales con el objetivo de conocer sus motivaciones lo antes posible.

Los vídeos con caras de personas nos llaman la atención queramos o no.

Veremos a personas felices o enfadadas, llorando o riendo, saltando o descansando…pero las veremos. Si mientras vemos esas imágenes estamos haciendo algo importante que nos tenga concentrados, entonces esa información del vídeo será procesada a nivel subconsciente. Si volvemos la cabeza, o paramos el scroll, entonces la atención actuará como una linterna y nuestra consciencia sobre la escena será plena. Sea como sea, esa información quedará en nuestra mente, retenida, justo como quiere el departamento de marketing de esa multinacional que vende chocolates, detergentes para el baño y cristales para las ventanas (entre otras millones de cosas, claro).

Si ahora mismo los vídeos son el centro de las campañas de marketing, no es algo casual. Es la utilización de la tecnología para los avances en las ventas y en el branding. Multiples plataformas tecnológicas, con complejos algoritmos en sus tripas facilitan ese trabajo. Por supuesto, sabrás que es Big Data la tecnologia que está por debajo, la que ha hecho posible esta revolución.

Facebook, Twitter, Instagram y Youtube permiten hacer lo que toda la humanidad ha querido conseguir: capturar ese momento de emoción y ponértelo delante de la cara para que te sea imposible resistirte.

About the Author María Gutiérrez

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