Mi tío adora los rallyes. Lo lleva en su sangre, lo que le hace (junto con un toque de inconsciencia), conducir a toda velocidad en los circuitos y también un domingo por la mañana mientras sube al pueblo a ver a su madre. Eso no quita que encuentre cualquier ocasión para recomendarte una conducción prudente.

Por supuesto, nadie hace caso de sus consejos sobre responsabilidad al volante. Da igual que los diga en las comidas de la fiesta del pueblo, mientras comemos un pincho de tortilla en un bar o cuando juega con los niños. Independientemente de sus buenas intenciones (que las tiene), su credibilidad es nula porque todos sabemos cómo se comporta él mismo cuando toma el asiento del piloto de cualquier utilitario.

Aunque en ocasiones parece que la coherencia brilla por su ausencia en las relaciones, la verdad es que nuestros actos hablan tan alto que no dejan al otro escuchar lo que estamos diciendo, por muy fino e hilado que sea nuestro discurso.

Nuestro cuerpo habla continuamente, y aún más los actos que llevamos a cabo con él. Hechos y boca tienen que decir lo mismo para generar confianza y ser creíbles. Justo lo contrario del médico con 30 kilos de soprepeso que te dice que debes comer bien y hacer ejercicio varias veces a la semana. O la peluquera que te atiende con las raíces sin teñir y un moño despeluchado. O como el político que dice que trabaja por el bien de todos dos días después de ser condenado por corrupción.

Las incongruencias entre actos y palabras salen a la luz cada dos por tres.

[bctt tweet=»En un momento de la historia donde la titulitis es religión, es más fácil decir que hacer.»]

De hecho, es muy fácil decir mucho y hacer sólo lo justo. O incluso menos de lo mínimo exigido.

Algunas personas tienen una gran habilidad deslumbrando con su discurso. Resulta hasta admirable cómo tan sólo palabras pueden disfrazar hechos, al menos temporalmente. Pero, como un mal disfraz de Halloween en el que las costuras no aguantan íntegras al final de la noche y cuando llegas a casa todo se ha convertido en jirones, la berborrea hábil sólo enmascara los hechos durante un tiempo.

Es más viejo que los caminos el «saber es hacer». Si de verdad sabes algo, entonces sabrás ejecutarlo y convertirlo en una realidad. Nos vamos a la base del concepto de «competencia«, en la que se combinan lo que una persona es, lo que sabe hacer y cómo aplica estas habilidades a su entorno.

Conclusión: alguien es competente cuando, además de saber, es capaz de hacer y conseguir resultados visibles, que no tienen por qué ser económicos. Pueden ser resultados de cualquier otro tipo.

Tengo la suerte de tener a mi lado personas realmente competentes, de las que puedo aprender (y mucho) día a día. No porque suelten rollos tremendos sobre sus habilidades, o porque diserten a todas horas sobre teorías que han aprendido no sé dónde; si no porque sus actos gritan que saben lo que hacen, porque los procesos fluyen cuando ellos los dirigen y porque las personas que estamos cerca disfrutamos de la tranquilidad que se desprende de una ejecución serena y eficiente. La esencia de la coherencia.

 

About the Author María Gutiérrez

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